La misión del grupo es salvar vidas y para lograrlo son capaces de nadar, lanzarse en paracaídas, escalar montañas y desafiar al fuego. Algunos rescates marcan la vida de los voluntarios, pero los voluntarios siempre marcan la vida de los rescatados.
La desgracia está presente en cualquier momento del día, no importa si es a la luz del Sol o de la Luna. En esos momentos de zozobra cuando el temor se apodera del cuerpo y la mente queda en blanco entran en acción los guardianes de la vida, aquellos que sin necesidad de remuneración económica dedican una parte de sus jornadas a salvar vidas de su prójimo.
El Grupo Voluntario de Salvamento Bolivia-SAR más conocido como SAR-Bolivia es una institución civil, voluntaria y sin fines de lucro, que trata de llenar el vacío en cuanto a servicios de emergencia se refiere.
Durante estos 23 años de servicio activo a la ciudad, cientos y miles de vidas guardan el recuerdo.
“puedo caminar”
La tarde del 29 de octubre de 2006, más o menos a las 16:30, Roni Rojas (28) aceleraba su motocicleta para llegar lo antes posible a su casa.
Él solamente recuerda que intentaba girar en la rotonda del puente Killmann, con dirección a la avenida 6 de Agosto, pero la vagoneta que iba delante no terminó de virar hacia la izquierda y la parte posterior del vehículo quedó interfiriendo el tráfico; y por la velocidad en la que iba, Rony ya no alcanzaba a frenar.
Decidió maniobrar, pero si bien se libró de chocar contra el auto, el impulso no le permitió evitar el choque contra la baranda metálica de protección que se encontraba metros antes del puente.
“Mi moto quedó ‘clavada’ en la baranda y yo salí volando. Me vi por sobre los autos y pase el puente... no me acuerdo más... sólo que al reaccionar un uniformado estaba a mi lado y evitaba que me mueva y me tranquilizaba diciendo que la ayuda estaba en camino”.
Casi en fracción de segundos la llamada de alerta ingresó en la unidad del SAR, que está en las cercanías del puente Cala Cala. Al minuto de la llamada salía la brigada de auxilio en su ayuda.
Eliel Torrico, de 23 años, asumió el rescate de Rony y asegura que la situación no era sencilla. “Tras descender al margen al río Rocha y evaluar las condiciones del accidentado, -movilidad de cuello, brazos y piernas-, se percató que la situación era de extremo cuidado”.
Rony perdió la conciencia y no movía las piernas, el procedimiento de emergencia era inmovilizarlo y trasladarlo hacia el hospital.
En esos minutos de auxilio la brigada evaluó la situación y se vieron obligados a excavar en el lodo para así incrustar, poco a poco, la camilla dura bajo el cuerpo del accidentado e inmovilizarlo en ella.
Al finalizar esta proeza Rony fue trasladado a un hospital del centro de la ciudad, allí recibió la noticia de que posiblemente quedaría parapléjico.
“La noche del accidente dormí inmovilizado en la camilla -que los voluntarios me prestaron-; fue un infier- no, de mucho dolor y angustia”, recuerda Rojas.
Al día siguiente, luego de un estudio de tomografía, el neurocirujano explicó que el paciente tuvo mucha suerte y que tendría una nueva oportunidad de volver a caminar, aunque presentaba una compresión en la vertebra L12 y necesitaba un proceso quirúrgico.
“Viví seis meses en cama inmovilizado. Tuve que volver aprender a caminar... pero puedo hacerlo gracias al profesionalismo de los chicos del grupo SAR”, finaliza Rony Rojas.
rescate de altamachi
Éste es uno de los casos más recordados por el SAR. Bernardo Araníbar, fundador y coordinador de las operaciones, relata lo que aconteció en una de las emergencias más significativas.
El 24 de enero del 2003, Sonia Escóbar llegó de la ciudad de La Paz en busca de pronta ayuda, porque el hermano de su yerno, Enrique Medía y su esposa estaban perdidos hace más de 20 días. Ellos trabajaban como mineros en la zona de Altamachi junto a 11 mineros y no daban señales de vida.
“Solicité la ayuda al SAR Cochabamba porque no teníamos respuesta en La Paz. Ellos (los desaparecidos) tenían lo necesario para vivir adecuadamente hasta diciembre, pero ya estábamos a finales de enero y no volvían”, relata Sonia Escóbar.
Inmediatamente después de escuchar el caso, la Unidad de turno del SAR, se movilizó. Lo primero que hicieron los voluntarios fue hacer un estudio de los planos de la zona.
Altamachi se encuentra en la serranía de Mosetenes en el departamento de Cochabamba y corresponde a un sector de la Cordillera Oriental, que está formada por valles profundos. “El ingreso a pie a la zona demora alrededor de 12 días, pero esta gente requería ayuda inmediata”, asegura Araníbar.
Gracias a las coordenadas que la familia proporcionó se realizó un vuelo de exploración en una avioneta, pero no se pudo divisar a los mineros.
La única forma para llegar era en helicóptero, pero ninguno estaba disponible, así que acudieron a “Mano a Mano” una institución amiga, que les ofreció una avioneta, pero no había un lugar donde aterrizar, y por ello se preparó una brigada de paracaidismo que salte en la zona.
“Ellos lograron que les presten una avioneta y nosotros conseguimos la gasolina y así salieron en busca de mis familiares”, rememora Escóbar.
Al día siguiente despegaron de Cochabamba en una avioneta, tres rescatistas, -entre ellos Bernardo Araníbar-, con una carga de alimentos y medicamentos para tres días. Luego de algunos contratiempos al descender en la zona, debido al mal clima, y de varias horas de búsqueda dieron con los mineros.
Ellos estaban en condiciones lamentables, tenían problemas renales, afecciones del corazón y uno de ellos era diabético, quien requería con suma urgencia la administración de insulina. Según Araníbar en general todos tenían muestras de falta de alimento, “su condición, tanto física como moral, era lamentable; uno de ellos había intentado suicidarse tres veces tirándose al río, pero sus compañeros se lo impidieron”. Las primeras reacciones de los voluntarios fueron de estabilizar la condición de las personas, con la aplicación de sueros de rehidratación y primeros auxilios.
Al día siguiente se realizó el rescate en dos helicópteros facilitados por la NAS, “el momento fue ideal y pudimos traer con vida a los 13 mineros que creímos perdidos”, finalizó Bernardo.
“Si los del SAR no salían en su auxilio, ahora esos mineros no estarían entre nosotros”, asegura Sonia Escóbar.
voluntario de corazón
Sergio Trigo Araníbar, estudiante de cuarto año de medicina, de 23 años, dedica parte de su actividad cotidiana al voluntariado del SAR. Él asegura que se inscribió en el curso a sus 18 años, un requerimiento indispensable para iniciar la formación como voluntario.
Uno de los sucesos que cambió la vida de Sergio, es que cuando él tenía 16 años fue testigo del accidente de su papá, Javier Trigo, y fue testigo del trabajo que realizaron los voluntarios del SAR, quienes llegaron en pocos minutos a su domicilio.
Sergio relata que el accidente sucedió en un día de intensa lluvia, cuando vivía por el parque de la Concordia, ubicado en Colcapirhua. Ese día su casa se estaba inundando y todos salieron al patio para protegerse, pero como el terreno estaba inundado, las raíces de uno de los árboles no soportó el peso de las ramas y se vino abajo, atrapando a su papá.
El golpe había fracturado la cadera y los tobillos, pero gracias a las primeras acciones es que él pudo ser atendido en el hospital con mayor prontitud. Desde entonces Sergio comenzó a inclinarse a las actividades del voluntariado.
Muchas son las historias que no son relatadas y que se mantienen en el anonimato, pero esa situación no desmerece la entrega que este grupo de voluntarios realiza día con día, y que lejos de buscar reconocimiento social sólo desea seguir trabajando para atender casos de emergencia.
Bomberos en acción
Pero no sólo se trata de vidas, sino también de acciones de pronto socorro. Hace un mes la brigada del SAR atendió un caso de incendio de grandes magnitudes en una barraca de la zona de Sacaba, cerca al condominio Horizontes. Mario Araníbar Zapata, fundador del grupo SAR, se encontraba como coordinador de las acciones en el lugar de los hechos.
“La llamada de auxilio ingresó al promediar las ocho de la noche y la reacción fue inmediata; al llegar a la escena del hecho, se constató la ausencia de seres humanos en el interior, sólo se encontraban los cuidadores de la barraca”, añade.
Las llamas eran de más de 30 metros de alto, la onda de radiación del calor se sentía a una cuadra del lugar; la gente se acercaba imprudentemente y podía causar un mal momento. La primera acción de los bomberos fue asegurar el área, tanto para la gente como para los voluntarios, y luego proceder de acuerdo a los protocolos internacionales designados para estos casos.
Ernesto Martínez, hijo del propietario de la fábrica y barraca “UTD”, afirma que el trabajo operativo de este grupo de rescate es muy coordinado y sus acciones oportunas.
“Lamentablemente no pudimos hacer nada por las cosas materiales, pero por suerte no se tuvo que lamentar la pérdida de vidas humanas. El grupo de voluntarios del SAR se encargó de las acciones inmediatas y de asegurarse de que el fuego haya cesado por completo”.
“Ese día las brigadas de trabajo se mantuvieron en acción hasta más de las dos de la madrugada”, concluye Mario Araníbar.
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