“No puedo aseverar que el sueño de mi vida jamás haya sido participar de la entrada de los Pepinos y menos caracterizando a uno pero a veces los sentimientos adormilan mi razón y es a expresa petición de mi Estrellita.
Empieza el recorrido, y a decir verdad, ya entiendo por qué la mala actitud de todos estos individuos vestidos de colores ya que muy poca gente los, digo, nos respeta ya que no paro de recibir globazos, golpes, espuma por los únicos orificios del traje y juraría que alguien me metió mano hará tres minutos atrás. En fin.
En lo que voy avanzando en esta entrada, el clima no es para nada aliado, ya que aparte de la cantidad de agua desperdiciada insulsamente por la gente en mojarnos, empieza a caer una llovizna menuda que casi hace insoportable el terminar este recorrido.
De repente, a lo lejos, !una luz! Es Estrellita que como prometió vino a verme entrar de Pepino. No puedo no estar a la altura de la visitante y realizo mi mejor performance con la voz chillona y los golpes a diestra y siniestra con el Matasuegras. Estoy a escasos dos metros de ella y tengo que realizar mi último gran movimiento… zas!!! Le acierto un tremendo golpazo a la vieja que se sentó al lado de mi amada…
Lo que sigue es bastante confuso, ya que hubo gritos y amague de boxeo. Al final no fue mi culpa ya que mi amada no tuvo la delicadeza de avisarme que venía con la tía Gertrudis y todos los hijos mineros de ésta sentados un peldaño más arriba en la gradería. Al final el golpe ya fue dado pero queda la duda ¿De qué sirve un instrumento tan útil como el Matasuegras si uno no puede darle correcto uso?”
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