Cuando los vellos se le ponen de punta, la temperatura baja repentinamente o algún sonido rompe el silencio de la noche, Leao Armas está convencido de que “alguien” más lo acompaña, un ser que en vida pudo haber sido un niño, un perro, un ex mandatario o una anciana.
Tanto para él, como para su esposa, Topacio Falcón, dos de sus cuatro hijos y un amigo -también apasionado por los fenómenos sobrenaturales- los encuentros con “entidades” son impredecibles.
En 21 años, estos cazafantasmas del Centro de Investigación de Parapsicología y Ciencias Ocultas de Bolivia (Cipcobol) registraron al menos 3.825 casos de apariciones paranormales en lugares públicos y casas privadas.
Poco importa la hora y la dirección. Dispuestos a resolver “los enigmas de la muerte”, este grupo supera las barreras del miedo y expone su integridad física en su búsqueda de entidades que pueden ser “benignas o malignas”, incluso demonios.
“Al morir, no todos nos volvemos entidades, pero en caso de sufrir una muerte traumática, por asesinato o accidente, por ejemplo, podemos quedarnos atrapados en esta dimensión sin ser perceptibles a la vista humana”, dice Falcón.
Y aunque una de sus misiones es “guiar a los espíritus, almas, fantasmas u otro tipo de entidades a un lugar mejor”, muchos de ellos se apoderan de sitios de los que se rehúsan a salir.
Éste es el caso del llamado Tío Vico, un “fantasma” que hizo del Teatro Municipal su hogar. En el silencio de este espacio , cuando público y artistas lo abandonan, algunos cuentan que el sitio vuelve a cobrar vida, ya que alguien lo habita.
“Hace dos años hicimos la investigación y registramos su imagen espectral. El Tío Vico se acostumbró a recibir rituales andinos. No es un espíritu maligno, pero si lo molestan puede causar algunos incidentes”, afirma Armas.
En el casco viejo de la ciudad habita también otro espectro, se trata del protomártir Pedro Domingo Murillo que camina por las noches por el empedrado de la calle Jaén, escoltado por caballos y carrocerías de antaño.
Los cazafantasmas de Cipcobol también relatan que en la Empresa Nacional de Ferrocarriles del Estado (ENFE), entre vagones desgastados y rieles oxidados, se escuchan lamentos de personas que -suponen- murieron arrolladas por un tren.
En la sala de emergencias del Hospital de Clínicas de Miraflores algunos pacientes aseguran que fueron atendidos por médicos y enfermeras ya fallecidos. Mientras que en la morgue del mismo nosocomio, un perro fantasma llamado Pancho vigila el lugar con la misma diligencia que cuando estaba vivo.
Pero no todos son fantasmas “tranquilos”. Leao Armas recuerda que en la Cámara de Exportadores, en la avenida Arce, cuando bajaba por unas escaleras en forma de caracol, sintió que una mano lo empujó bruscamente. Luego le cerraron la puerta en la cara y su nariz empezó a sangrar. “Fue una de las únicas veces que sentí miedo y decidí no seguir con la investigación”, cuenta.
Enseguida, Topacio recuerda una experiencia que le tocó vivir durante una investigación en Unduavi, cuando el fantasma de una mujer, que murió apuñalada en la cárcel, la empujó con tal fuerza que le dejó el brazo izquierdo fracturado.
La vivienda desocupada
La pareja también recuerda un caso que ocurrió en una casa frente al mercado Rodríguez. Un anciano que vivió allí hasta el último de sus días, “impidió” por muchos años su demolición. Cuentan que empujó a los obreros constructores, hasta que el equipo de Cipcobol logró “guiarlo” a otro lugar.
De sus expediciones fuera de la ciudad, Leao (h), de 13 años, relata que durante una investigación en la iglesia de Pongo pateó una pelota y ésta enseguida regresó a él. Según este grupo, se trataba de un niño que murió aplastado por una de las pesadas campanas.
“Yo escuchaba risas y voces de un niño, pero no estaba seguro de lo que decía. Luego lo vi y tenía una cara como de calavera”, dice el joven.
Camino a los Yungas, el cazafantasmas Roger Armas relata que en la residencia de José Luis Tejada Sorzano, ex presidente de Bolivia, hoy convertida en el hotel Castillo del Loro, también se registra actividad paranormal.
“El alma de José Luis Tejada Sorzano rompe cables y hace pelear a las parejas que se hospedan en la que fue su habitación principal. Pero también se manifiestan su esposa y su amante”, relata.
Parecería que las historias de fantasmas en La Paz son inagotables y que, en muchos casos, son experiencias tangibles que también vivieron vecinos y propietarios, por lo general, de casas antiguas ubicadas en barrios tradicionales de la ciudad.
Sin temor a lo que pueda depararles la noche, esta familia persevera en su misión de ayudar a “las almas atrapadas en este mundo a alcanzar el descanso final”.
“Hay entidades y espíritus entre nosotros. Todas las familias tienen alguna historia”.
Leao Armas, parapsicólogo
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