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domingo, julio 10, 2011

ALCOHOLISMO “Robé dinero a mi familia y perdí un año del colegio por beber”

Un joven de 15 años cuenta su historia. Comenzó a beber desde sus trece años por la influencia de sus compañeros y perdió la confianza de todas las personas que lo rodeaban. Actualmente, su objetivo es seguir el tratamiento que le brinda Alcohólicos Anónimos para llevar adelante una vida normal. Está consciente que tiene una enfermedad a la que debe vencer.
La vida de Samuel (15), quien prefiere mantener en reserva su identidad, cambió radicalmente cuando ingresó a una escuela de fútbol para comenzar a practicar este deporte. Después de sus entrenamientos sus compañeros le invitaron a beber y poco a poco se fue convirtiendo en un alcohólico. En esa época el joven solamente tenía 13 años.

Durante un mes, Samuel asistió a sus entrenamientos de manera normal, pero una noche sus compañeros llevaron un ron y lo invitaron a beber en la calle. En pocas semanas, los encuentros para consumir alcohol con sus compañeros se hicieron más frecuentes.

“Bebíamos casi todas las noches, antes o después de ir a entrenar, luego dejé la escuela de fútbol”, cuenta.

La rutina de Samuel todos los días comenzaba muy temprano cuando se levantaba en las mañanas para ir al colegio, al terminar sus clases retornaba a su casa, almorzaba, se cambiaba y volvía a salir para encontrarse con sus amigos y beber. Retornaba a su casa a las 22:00 ó 23:00 todos los días.

“Perdí un año del colegio por salir a beber, iba a clases pero no atendía nada. No tenía ganas de hacer nada, solamente quería dormir”, relata. Samuel, en ese tiempo, cursaba primero medio en una unidad educativa del centro de la ciudad.

Además de perjudicarse en sus estudios, el adolescente pasó amargas experiencias con el alcohol que lo llevaron incluso a estar internado en un hospital.

En una ocasión llegó a beber tanto que se cayó en la calle y tenía varias heridas en el cuerpo, sus amigos lo llevaron a su casa y su madre lo tuvo que trasladar al hospital.

Mientras Samuel se divertía con sus amigos y tomaba a diario hasta cinco botellas, su madre no dormía y cada vez que veía llegar a su hijo lloraba y le pedía que dejara el alcohol.

“Siempre le prometí a mi mamá que iba a dejar de tomar. Cuando me caí dejé unas dos semanas, pero luego me juntaba con mis amigos y no podía resistir”, comenta.

El padre de Samuel también era alcohólico y cuando éste le reprochaba, el adolescente le recordaba que él le había dado el ejemplo.

Cada día Samuel gastaba entres 20 y 50 bolivianos en bebida. El dinero era ahorrado de sus recreos, pero en varias oportunidades robó a su madre para poder comprar las bebidas alcohólicas.

El 10 de mayo de este año, Samuel fue por primera vez a una terapia de Alcohólicos Anónimos (AA).

Su padre que también sufre la misma enfermedad y que había comenzado a tomar las terapias unos días antes, le sugirió que asistiera.

Desde ese día, Samuel asegura que no volvió a tomar ni una gota de alcohol y se apartó de sus amigos con los que bebía y que actualmente lo siguen buscando. Él asegura que desde que dejó de beber su vida es más tranquila y no quiere volver a pasar por las malas experiencias que pasó con el consumo del bebidas.
“En un tiempo el alcohol ya no me mareaba”

Los primeros días en los que Samuel comenzó a beber lo hacía con ron, en algunas ocasiones también tomaba cerveza. Sin embargo, con el paso del tiempo se hizo resistente a algunas bebidas.

Algunos fines de semana, él y sus amigos se trasladaban hasta Sipe Sipe, población conocida por la elaboración de guarapo.

Cuenta que allí hacían una especie de competencia en la que ganaba la persona que más resistía al alcohol.

“En un principio mis amigos siempre me dejaban dormido, pero hubo un tiempo que me volví resistente y el alcohol ya no me mareaba, yo los hacía dormir a ellos”, recuerda Samuel.

Comprar bebidas alcohólicas no era ningún problema para Samuel y sus amigos, el dueño de una licorería de su barrio, ubicada en la zona sur, les vendía cualquier bebida sin necesidad de cuestionarles la edad y mucho menos la cantidad que solicitaban.

“El dueño de la licorera se hizo nuestro amigo, incluso varias veces tomaba con nosotros”, menciona.

Samuel y sus amigos bebían todos los días en plazuelas, algunas veces las calles y otras en vehículos.

Para este joven, consumir alcohol no era suficiente. Asegura que siempre combinaba las bebidas con el cigarrillo que también se convirtió en una adicción.

Hoy dice estar dispuesto a vencer a su adicción.

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